martes, 13 de septiembre de 2011

2ª parte de la historia. He colocado a esta trama la etiqueta "Nocturne", por lo que si queréis leerla seguida, a la derecha de la pantalla veréis un apartado con el mismo nombre dónde indica el número de entradas.

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Aquel día, el señor Leavitt y su hija salieron temprano a dar un paseo. El otoño estaba bien avanzado, pero a pesar de la fría brisa que corría por el valle, el cálido abrazo del sol reconfortaba al cuerpo.
Padre e hija, cogidos de la mano y caminando por un sendero de tierra. De vez en cuando se cruzaban con algún aldeano o granjero. Saludaban con una amable sonrisa y seguían su camino.

- Padre, ¿por qué la gente es amable? Dijo la niña.

Aquella pregunta dejó dubitativo al hombre durante un momento.

- Bueno ... ¿Qué clase de pregunta es esa, Camyl?
- ¡No me llames Camyl, padre! Madre siempre me dice que ese nombre es muy antiguo, que es para gente anciana.
- ¿Cómo te llamo entonces? Dijo el padre con una sonrisa.
- Cam. Cam es más bonito, eso dice madre. La inocencia de la mirada de la pequeña, sus palabras sinceras...

Otra sonrisa se dibujó en su rostro, y acariciando el sedoso pelo de la niña la cogió en brazos.

-
Pues te llamaré Cam si te gusta más, ¿de acuerdo? 

La niña asintió satisfecha y dejó que su padre cargase con ella. Era pequeña para darse cuenta, pero al menos su padre había esquivado la pregunta tan delicada que había hecho. 



>> Abrí los ojos lentamente, me levanté del suelo y cogí el candil. El aceite se había esparcido por la alfombra, pero por suerte no había prendido.
¿Me había desmayado? La cabeza no hacía más que dar vueltas. Me apoyé en lo que tenía delante, levanté la mirada y entonces recordé que estaba a punto de hacer.

Dejé con cuidado el candil en el suelo y empujé de nuevo la estantería. La madera crujió y los polvorientos libros cayeron al suelo, levantado a su vez una polvareda que me hizo toser con fuerza. Cuando la nube de polvo se esparció, pude contemplar como aquel rastro de sangre se introducía por un agujero que había detrás del mueble.
El corazón me iba a estallar, mis manos temblaban y no era capaz de controlar el sudor frío que me bajaba por la frente. Miedo, da igual que lo negase, tenía miedo. Iba a coger la maldita linterna y a salir de ahí, cuando oí por el pasillo unos pasos y gruñidos.

Instintivamente apagué la luz del candil y me metí en el agujero a oscuras. Me acurruqué contra la pared. Los pasos se detuvieron, supuse que en la puerta. Deseé con todas mis fuerzas que no se acercase más, fuese lo que fuese. Los pasos se alejaron por el pasillo, el eco sonaba cada vez más distante y débil hasta que se extinguió.

Miré el candil en la penumbra. Ahora tendría que ir a oscuras. Dejé caer el brazo con desánimo y reparé en que tenía algo en el bolsillo. Introduje la mano, parecían dos trozos de una piedra áspera. En ese momento, dejé volar a mi optimismo. ¿Y si era yesca?
Coloqué el candil entre mis piernas, a tientas busqué la tapadera y la quité. Introduje los dedos y busqué la pequeña mecha de lienzo. El trabajo a oscuras resultó pesado y largo, pero tras varios intentos, conseguí que las chispas surgiesen. El lienzo empapado en aceite prendió, mi vista no se apartó de la linterna, terminé de colocar todo y me levanté.
Entonces fue cuando deseé haber permanecido a oscuras.

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