sábado, 12 de noviembre de 2011

The one that got away

Temo no llegar a dar nunca ese paso, pero a la vez me parece poco importante. ¿Cómo lidiar con un sentimiento tan contradictorio? 

Cambiar mi camino en un instante, creo que ya va siendo edad de replantearme esas cosas. Huir, mejorar, experimentar... todo esto me viene a la cabeza cuando intento apartar esa niebla confusa de mi mente. He sacado una frase de una película: "Miré a mi alrededor y vi que no había ni una sola persona cuya vida envidiara." ¿Puedo tomar esto como un incentivo para el cambio? ¿Notaré alguna vez esas ganas irrefrenables de romper mis fronteras?


Mi mundo no es infinito, pero tampoco se queda corto. Quizá es de esta idea de la que saco la energía cada día, porque hay veces que hasta yo me pregunto cómo sigo de pie. No tengo problemas con el mundo, los tengo conmigo mismo. ¿Es tan difícil poder seguir el camino que uno quiere? ¿Acaso voy por el sendero correcto? Si es así ¿seguirá siendo tan ciego el siguiente paso como hasta ahora? Hasta el momento sólo yo me he puesto la zancadilla al andar. 


Puede que algún día me ría de estas cavilaciones, quién sabe. 

viernes, 11 de noviembre de 2011

3ª Parte. No sé si la gente lo lee, pero.. se sube. Es un poco más larga pues uní la cuarta y la tercera (en la tercera dejaba la trama demasiado cortada como para subirla como capítulo independiente.)

Bridget Leavitt dormía en su cama. O al menos eso intentaba hacer. Tapada hasta el cuello, entre jadeos y quejidos, la mujer del matrimonio Leavitt sufría una severa gripe. El señor Darren había estado haciendo todo lo que podía. No hacía más que traer medicamentos, probaba miles de remedios, pero ni la fiebre ni el estado agónico de la mujer mejoraban. 
Camyl observaba desde la puerta a su madre. Una mezcla de miedo y compasión invadía su rostro. De repente, Bridget empezó a subir el tono de voz, los incesantes gemidos se convirtieron en gritos de dolor. Cam se tapó los oídos con fuerza mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. 
El señor Leavitt apareció corriendo por el pasillo, gritando a la pequeña que se quitase de en medio y se fuese a su cuarto. Entró en la habitación y cerró la puerta tras de si. Los gritos se confundían unos con otros, el señor Darren intentaba calmar a su mujer, y esta no hacía más que gritar en respuesta. Camyl se dejó caer en el suelo, llorando de impotencia. 

Para ella era una pesadilla, un mal sueño del que quería despertar.
Sin quitarse las manos de los oídos, se dirigó a su habitación. Sacó su pequeño diario y comenzo a escribir con su pluma.


"Madre lleva ya seis noches enferma. Padre dice que no me preocupe, que madre es fuerte y conseguirá superar la gripe. Sé que hago mal pero, no confío en padre.
Los gritos de madre irrumpen en mis sueños, desde mi cuarto oigo cuando intenta forcejear con las correas de cuero que padre puso en la cama.
Padre dice que todo irá bien, que en un par de días, con la llegada de la primavera, madre recuperará las energías.

 Parece que ya ha terminado el ataque. " 



>> Mi cuerpo se arqueó involuntariamente hacia delante y vomité. No podía aguantar más, mi cordura estaba rozando límites demasiado graves.
Un cuarto con forma alargada, frío y oscuro como cualquier otro en aquel sitio. Carente de ventanas o cualquier obertura por donde entrase luz.
El rastro de sangre no era más que un fino trazo en un laberinto de marcas de sangre por el suelo. Brazos arrancados, sin ningún indicio de haber sido cercenado quirúrgicamente, dedos, mechones de pelo... un intenso olor a materia en descomposición y heces. Aquel "océano" de dolor parecía el infierno mismo.

Jirones de ropa aún envolvían algunos miembros. La sangre había calado en el suelo de madera de aquella sala, y sin embargo había charcos más recientes. Las huellas y arrastrones ensangrentados se internaban en la oscuridad.
Eso fue lo que me reveló la anaranjada luz de la linterna. A mi alrededor, la penumbra y la oscuridad no habían sido aún rasgadas por el candil, y en mi interior temía que podría haber ahí.

Quería salir de ahí, suplicaba a la sombra que me dijese cómo salir de ahí. Silencio fue la única respuesta. Los pasos volvieron a resonar a mis espaldas, lo que fuese que había venido, volvía. Dudé entre gritar, o correr hacia un extremo de la sala. Ambas cosas podrían significar un mal paso. Respiré hondo y caminé hacia la derecha. Mis pisadas se amortiguaban en la sangre, silenciando mi huida.... o mi perdición. 


* * * 

El corazón latía con fuerza, mis sienes palpitaban con cada latido. Caminaba despacio y procurando mantener cada rincón bien iluminado. El camino seguía inundado en sangre, pero a medida que avanzaba, los restos eran menos "frescos". Los huesos se esparcían por el suelo. Esperaba encontrar alguna rata o cucaracha, pero la desesperación era mi única acompañante.

Llegó un momento en el que no encontré nada más que el viejo suelo de madera, ni muebles ni adornos. Frente a mi, al final de la sala, había una puerta de hierro, me acerqué despacio y alargué una mano hacia el pomo de la puerta.


La puerta retumbó sobre sus bisagras. Un quejido agónico resonó por la sala. No pude evitar dejar escapar un grito de mi boca, que acto seguido tapé con la mano. Me acababa de delatar.
Lo que sea que hubiese tras esa puerta seguía golpeándola. El hierro no cedería ante esos golpes... pensé. Pero un crujido bastó para quitarme las dudas.

No sabía donde ir, estaba al final de la gran sala. Si aquella sombra que me seguía, estaba siguiéndome de veras, habría seguido el mismo camino del que provenía el grito. Sin salida. Miré desesperadamente hacia las paredes contiguas, no había ni agujeros ni puertas... Las piernas me temblaban de puro miedo, me arrastré como pude hacia una esquina, y mirando para el muro esperé.

Apenas oí los pasos a mis espaldas, y sentí como el mundo se me venía encima.


La lluvia golpeaba los cristales. Las orquídeas impregnaban con un dulce aroma la habitación. La pequeña niña de pelo fino y castaño, recogido en dos coletas que caían hacia los lados por sus hombros, miraba por la ventana aburrida. Era una tarde de primavera muy deprimente.
La niña escuchó ruidos en el piso de abajo. Padre debía haber vuelto, pensó con una sonrisa. Bajó los escalones de dos en dos, y fue a saludar a su padre que acababa de entrar por la puerta. Pero en lugar de recibir a la pequeña con un caluroso abrazo como hacía siempre, Darren apartó con la mano a la niña, dejó el sombrero en el perchero y se marchó a su estudio.

Ella antes habría llorado, habría montado un numerito o algo parecido. Pero no, ahora no. Tragándose sus sentimientos, subió las escaleras y se tiró en la cama de su cuarto.
. . .
El señor Darren entró en su despacho y cerró la puerta suavemente. Cuando se aseguró de que su hija había subido las escaleras, cerró con llave la puerta y movió la estantería de roble. Retiró con cuidado el amplio mapa mundi que cubría un agujero de gran tamaño, y se internó en él.



>> Me desperté en una sala iluminada por una luz tenue que venía del techo. La luz me daba directamente en la cara. Cuando intenté alzar la mano para taparme la cara, descubrí que tanto mis manos como mis pies, estaban sujetos por correas de cuero. La superficie en la que estaba era una mesa de piedra, muy amplia. El único sonido que se oía era, aparte de mi forcejeo, las goteras del alto techo.

La cabeza se me iba, demasiado surrealista. ¿Por qué estaba en esa mesa? Miré a mi alrededor, parecía una celda, salvo que los barrotes estaban en el pequeño agujero que había en el techo. ¿Era la luz del sol? Eso quería decir que era de día. En las paredes había diversas herramientas: serruchos, cinceles, hachas etc. Desnudas salvo ese detalle y una puerta metálica, con arañazos y abolladuras.